sábado, 17 de marzo de 2018
Esto es para mí
Es difícil darse cuenta de las cosas cuando eres tan inconsciente de la realidad. Te crees que tienes todo el control cuando tristemente no es así; estás totalmente a merced, bajo un poder que no llegas a ver, pero uno del cual los demás quieren hacerte libre.
Tú obviamente no te dejas, porque quieres estar sometido. No escapas, aunque a veces lo pienses… En esos pocos momentos en los que te figuras lo que está pasando. Y cuando haces acopio de esa poca fuerza que tienes para expresar cómo te sientes y lo que piensas, te topas con incomprensión.
Porque la otra persona no quiere o puede entenderte, ridiculiza lo que sientes, se victimiza por el daño que te causa y te hace sentir aún peor. Y así te somete.
Así es como ya pierdes las ganas y la voluntad para luchar.
Dejas de valorarte cada vez más, porque sientes que no vales absolutamente nada y que esa persona lo vale todo. Todo el sufrimiento.
Tú quieres a esa persona, te entregas. Permites que te rompa un poco más porque crees que te lo mereces. No sabes si esa persona te quiere o no; pero tú aún así le consientes todo.
Hay buenos momentos, por supuesto que los hay. Los atesoras y los repites mentalmente en tu cabeza cada vez que ocurren los malos, que son constantes. Porque una vez más, quieres creer que todo lo bueno vale más que lo malo, cuando la balanza no está equilibrada y a cada día que pasa lo vives peor.
La otra persona puede o no decirte que va a cambiar. Se te va a justificar, camuflar sus malos actos. Rara vez pedirá perdón, y la mayoría de las veces te amenazará con abandonarte para que así te arrastres y seas tú el que se someta.
Porque no hay igualdad en esa relación. Aparecerán personas que te querrán, te valorarán y te harán sentir bien pero tú solo verás a aquella que no te da lo que necesitas.
Cuando la gente que te quiera te diga que esa relación no te conviene, quizá les des la razón, quizá no. Justificarás los actos de esa persona de todas las maneras posibles, porque quieres creer que es así por heridas pasadas más que porque es su propia naturaleza.
Te sientes como un pájaro enjaulado: esperando que se te alimente, y disfrutando del poco tiempo de atención para luego pasarte el resto solo, sumido en silencio que solo se rompe por tus propios llantos.
Es triste y tú aguantas ese dolor porque no tienes amor propio. Esperas que sea la otra persona quién llene esa falta, que supla eso que tú mismo eres incapaz de sentir por ti.
Eso no va a pasar.
Llegará el día en que te hartarás. O que el otro se harte y te cambie por otra persona. Pase lo que pase, te liberarás. No del dolor… No de la desesperación o de ese veneno que tienes dentro. Pero sí de esa persona. Y poco a poco, te desintoxicarás.
Te costará. No es fácil. Estás débil y vulnerable, y llorarás y buscarás cualquier manera de llamar su atención o excusa para hablarle.
No lo hagas. Sé fuerte. Aprende de esto, quiérete. Mereces amarte, porque aunque no lo creas, tienes cosas buenas. Los demás lo ven, y tú tienes que tomarte ese tiempo para verlo. Lo superarás; y entonces cuando todo esté bien, serás capaz de tener una relación sana, de amor y respeto mutuo. Y verás lo que es amar de verdad. Comunicación real. Intimidad pura.
Yo creo en ti.
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Quiero convertirme en escritora y poder publicar mis libros. Es mi sueño y estoy trabajando para cumplirlo.
viernes, 24 de abril de 2015
Si tuviera corazón.
Desde
que te vi por primera vez aquella luna llena de otoño, todas las
noches esperaba en el mismo lugar, a la misma hora a que tu figura
raquítica asomara recortada por la luz de las estrellas.
Era extraño, y quizá eso y tu
piel pálida me llamaran a seguirte, escondida entre la maleza, en tu
ritual nocturno.
La poca iluminación solo me
dejaban ver tu rostro claro y tu camisa blanca. El resto era negro,
telas salidas de la mismísima boca de lobo.
Tu caminar es tranquilo,
silencioso y seductor. Me sorprende que, incluso cuando te mueves por
los caminos de tierra, apenas se oye tu pisar.
Eres joven, una flor, mi galán
de noche.
Ojalá tuviera el valor
suficiente de acercarme y cantarte mi nombre, perderme en tus ojos de
ónice y deleitarme con el delicioso olor a jazmines, que a tu paso
flota en el aire.
La soledad es parte de ti. A tu
alrededor juraría ver hadas danzar, entonando hermosas notas que se
funden en la chaqueta de tu traje.
Me intuyes, pero no me ves. A
veces giras la cabeza y buscas, entre las ramas caídas de los
árboles. No pareces asustado ni preocupado. Solo curioso.
¿Me deseas, mi adorado
desconocido?
Te daría mi vida con tal de
que me regalases tu nombre.
Pero, no puedo evitar
preguntarme, ¿si te confiase mi vida, me dejarías guardar tus
secretos?
Sé porque paseas por el campo
de noche. Te he visto hacerlo varias veces.
Justo debajo de la encina más
grande y vieja, esperas.
Solía creer que te gustaba
refugiarte del mundo bajo su manto protector, fumarte el cigarro que
ilumina con leve fulgor tus rasgos afilados y después volver al
averno de tu vida.
Ese infierno del que soy
cómplice porque te necesito. Porque estoy enamorada de ti.
Sin embargo, llevas a cabo
actos de los que no te imaginaba capaz. Quizá porque antaño te
creía un ángel caído, perdido en mi realidad, tus alas enterradas
junto a los corazones de todas aquellas mujeres que se enamoraron de
ti antes que yo.
Las he visto.
Se acercan a ti, imantadas,
absorbidas por tu brillante sonrisa traviesa.
Tu las abrazas, las atraes a tu
cuerpo y parece que os fundís, convirtiéndoos en un solo ente.
Entonces, con rapidez y
precisión, desgarras la carne de tu acompañante, alimentando la
tierra con su sangre. No hay gritos, su boca aprisionada en la tuya.
Entre tus dientes.
Qué visión tan bella. Y
terrible.
Devoras su esencia, pequeñas
manchas nublan la perfección de tu piel, pero desaparecen en el
negro de tu traje.
Apenas puedo contener mi
aliento, observándote llevar a cabo actos atroces.
¿No se supone que los ángeles
son seres benévolos?
Mi mente divaga mientras
escondes los restos.
Quizá ella es como yo. Buscaba
cumplir su deseo. Liberarse de estas ataduras terrenales a las que
nos mantiene nuestro cuerpo.
¿Eres tú mi salvación?
No puedo evitar sonreír.
Tus ojos vuelven a moverse,
buscando. Se fijan en mí, extendiendo mis brazos y esperando tu
beso.
Libérame, ángel de la muerte.
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Quiero convertirme en escritora y poder publicar mis libros. Es mi sueño y estoy trabajando para cumplirlo.
jueves, 12 de marzo de 2015
Corriente alterna
Esa
mañana se sentía especialmente abstraído. Se había levantado con
el ánimo sereno, cosa extraña en él; muy extraña.
Normalmente dormía un par de horas y después se encaminaba al laboratorio, hambriento de la necesidad de avanzar en sus proyectos. Pero hoy no le apetecía.
¿Cómo era posible que no tuviera ganas de trabajar?
Normalmente dormía un par de horas y después se encaminaba al laboratorio, hambriento de la necesidad de avanzar en sus proyectos. Pero hoy no le apetecía.
¿Cómo era posible que no tuviera ganas de trabajar?
Por
muy bizarro que pareciese, su alma lo llamaba a darse un paseo por el
Central Park. Tenía
que ir a verla.
Antes de levantarse de la cama, estiraba los dedos de los pies cien
veces. Era su pequeño ejercicio matutino. Siempre lo hacía.
Después se ponía en pie, contaba hasta tres y se dirigía al aseo.
Le encantaba emperifollarse, pues sabía perfectamente que una regla
de oro en el mundo, era estar siempre impecablemente vestido y una
insistente higiene diaria.
Al acercarse al espejo, notó que el mostacho le había crecido un
poco más del lado izquierdo, por lo que el derecho parecía todo un
desastre. Con unas tijeritas, recortó aquellos pelos
rebeldes.
—Cómo odio el pelo, es asqueroso —dijo, mirando los restos que habían quedado en el lavabo.
—Cómo odio el pelo, es asqueroso —dijo, mirando los restos que habían quedado en el lavabo.
Nikola Tesla jamás iba desaliñado.
Se vistió con su traje especial, el de ir a pasear. Y se encaminó
a desayunar.
Bajó
por el ascensor, ya que vivía en la planta número treinta y tres,
en la suite 3327.
¿Por qué? Si no era divisible por tres, que era el número
favorito de Tesla, entonces no tenía cabida en su vida.
—Buenos días, señor Tesla —lo saludó una de las trabajadoras,
mientras colocaba delante de él su taza de té.
—¿Has limpiado la cuchara dieciocho veces, no? —le recordó,
observando con ojo crítico el fino cubierto de plata.
—Claro que sí, todos los utensilios que hay en la mesa han sido
limpiados como el señor ha pedido.
Tesla
los observó a la luz de la preciosa araña que colgaba de la
habitación. Brillaban cristalinas como las gotas de agua de los ríos
de Gospić, la ciudad
donde creció.
—Gracias, puedes retirarte. —prefería comer solo, pues no le
gustaba que lo miraran ni lo molestaran con preguntas superfluas.
—Una cosa más —la joven depositó junto a Tesla un montoncito
de cartas—, llegaron esta mañana, que disfrute del desayuno.
Un pequeño movimiento de cabeza y la mujer desapareció por una de las puertas de roble.
Un pequeño movimiento de cabeza y la mujer desapareció por una de las puertas de roble.
Nikola miró las cartas con recelo. Casi siempre eran de admiradoras
que lo invitaban a tomar el té o ir al teatro. Tesla no tenía
tiempo para esas nimiedades, por eso últimamente había empezado a
volverse un maniático con el tema del correo.
Las esparció por la mesa y empezó a catalogarlas
mentalmente.
“Admiradoras”, “Gobierno”, “Compañía”, “¡Mark Twain!”. La carta de su amigo hizo que sonriese abiertamente por primera vez esa mañana. Llevaba varios días esperando la contestación. Utilizó el abrecartas que la trabajadora sabiamente había dejado en la mesa.
“Admiradoras”, “Gobierno”, “Compañía”, “¡Mark Twain!”. La carta de su amigo hizo que sonriese abiertamente por primera vez esa mañana. Llevaba varios días esperando la contestación. Utilizó el abrecartas que la trabajadora sabiamente había dejado en la mesa.
Mi queridísimo amigo:
Siento la tardanza, he estado terriblemente ocupado con la
publicación de mi último libro. Espero que sepas perdonarme, pero
no lo hagas por escrito. Iré a verte pronto, echo de menos nuestras
largas conversaciones junto a las bobinas del laboratorio.
He leído las declaraciones que Edison hizo sobre tu trabajo. Te
digo amigo, si un hombre me retase en alguna ocasión, me lo llevaría
con amabilidad y misericordiosamente de la mano a un lugar tranquilo
para después matarlo. Pero eso es solo lo que haría yo.
Espero que sigas adelante con ese último proyecto del que me
hablaste. Estoy intrigado, Nikola.
Porque un hombre con una idea es un loco hasta que la idea
triunfa.
Con afecto,
Mark Twain.
¿Iba a visitarlo? ¡Tenía que poner todo a punto! A Nikola le
gustaba darle buena impresión a sus seres queridos.
¿Y a qué se refería Mark sobre el maldito de Edison? Tesla no
olvidaba que aquel gordo empresario le debía dinero. Muchísimo
dinero.
Entonces otra carta le llamó la atención. Llevaba las siglas
“T.A.E”
Sin miramientos, la abrió.
Dentro
había un recorte de periódico y una nota que ponía “Estuviste
tan cerca del éxito, y ahora estás enterrado en toneladas de
fracaso.”
Reconoció la letra de su antiguo mentor. Llevaba ya unos años atormentándolo e intentando hacer creer a la sociedad que la corriente alterna era peligrosa. Así, descubrió leyendo aquel recorte, que Edison hacía experimentos con animales utilizando las bobinas que Tesla había creado. Los electrocutaba y engañaba a las familias diciendo que la corriente alterna era peligrosa para tenerla en el hogar.
Reconoció la letra de su antiguo mentor. Llevaba ya unos años atormentándolo e intentando hacer creer a la sociedad que la corriente alterna era peligrosa. Así, descubrió leyendo aquel recorte, que Edison hacía experimentos con animales utilizando las bobinas que Tesla había creado. Los electrocutaba y engañaba a las familias diciendo que la corriente alterna era peligrosa para tenerla en el hogar.
Furioso,
destrozó la carta y el recorte; recogió
su abrigo y se encaminó a las ajetreadas calles de Nueva York. Antes
de salir, siempre daba tres vueltas en la baldosa de delante de la
puerta, si no lo hacía se sentía incapaz de abandonar el hogar.
El aire de aquella mañana estaba especialmente cargado. Los coches
iban y venían por las anchas calles, dejando tras de sí molestas
humaredas. Nikola no podía evitar sacudirse los restos de un hollín
apenas perceptible para el ojo humano. Pero él lo notaba, como si se
escurriera por los tejidos de su abrigo y poco a poco avanzara hasta
su delicada piel.
Tesla
jamás iba sucio, menos si iba a verla a
ella.
Sus pasos eran rápidos, elegantes y precisos. Evitaba a toda costa
que lo reconocieran, por lo que llevaba el cuello del abrigo arriba,
tapando sus facciones.
El Central Park no estaba lejos, por lo que pocos minutos después
llegó al banco que tanto gustaba utilizar. Se sentó, no sin antes
limpiar la zona con uno de sus pañuelos. Era un día fresco de
otoño. Había muchas hojas de árboles marrones y amarillas por los
suelos de piedra. Era todavía temprano, por lo que no había casi
nadie.
Mejor. A Tesla le molestaban los desconocidos.
Esperó
paciente a que ella
apareciera. Normalmente no solía rondar aquel banco hasta más
tarde. Nikola sabía que si en breves no daba señales, debería
llamarla. Ella
siempre
acudía a él.
Metió la mano en su bolsillo derecho, donde llevaba una bolsita
llena de migas de pan y silbó varias veces, de manera
característica.
Una bandada de palomas acudieron, negras, grises y anillos verdes en
el cuello.
Tesla les dio un buen montón de migas y éstas empezaron a comer.
¿Pero
dónde estaba ella?
Entonces, una figura blanca atravesó el lago que había frente a
él, y se posó en su hombro.
Ululaba feliz.
—Ya me estabas preocupando, querida —Tesla acarició con ternura
el cuello de aquella hermosa paloma blanca—¿Acaso dormías?
A pesar de que odiaba el contacto físico con otras personas, a
Nikola le encantaba el tacto de las plumas de su amada paloma.
Siempre que la veía, recordaba cuando se la encontró herida y
moribunda. Se gastó miles de dólares para que pudiera volver a
volar, y desde entonces, eran inseparables.
—Para qué necesito a una mujer cuando te tengo a ti —dijo a su
compañera, que ululó alegre.
Ambos se quedaron en el banco, disfrutando de la mutua compañía,
hasta que el parque empezó a cobrar vida. Nikola Tesla se sentía
pleno y emocionado.
Esa misma tarde, cuando volvió a su habitación de hotel, escribió
las siguientes palabras sobre la paloma blanca.
“Quería
a esa paloma al igual que un hombre ama a una mujer, y ella también
me quería a mí. Me daba razones para vivir”.
Para Dani.
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Quiero convertirme en escritora y poder publicar mis libros. Es mi sueño y estoy trabajando para cumplirlo.
martes, 10 de marzo de 2015
Entre los brazos de Morfeo
Carta a mamá
y papá:
Ahora mismo
solo puedo imaginar una ínfima parte de cómo os sentís. Sé que no
será fácil y que al principio estaréis enfadados conmigo. Pero
también muy tristes.
Necesito que
entendáis lo que quiero, lo que deseo con toda mi alma. Y eso es
algo que aquí no voy a encontrar, ¿quién iba a pensar que en los
sueños iba a encontrar mi propósito? Si alguien me lo hubiese
dicho, jamás le hubiera creído; ni una sola palabra.
Todo comenzó
hace un par de meses, cuando empecé a tener esos problemas para
dormir. Apenas llegaba a las cuatro horas y eso si pasaba buena
noche. Los días se me hacían eternos, los segundos duraban horas.
Recuerdo levantar la vista para mirar aquel reloj de plástico de
clase y ver que las manecillas se detenían, obstinadas. Yo pensaba
que se reían de mí, en su manera de fastidiarme un poco más,
dilatando el tiempo.
Mantener la
atención a las monótonas voces de los profesores era toda una
odisea. Y cuando me tocaba leer algún párrafo o ir a la pizarra a
resolver un ejercicio, la tarea de mantener los ojos abiertos se
convertía en toda una tortura medieval.
Cuando no
puedes dormir, hasta la pregunta más simple: “¿me dices la hora?”
se convierte en un rompecabezas solo apto para superdotados. No podía
seguir así.
Simplemente
no quería.
Recuerdo
perfectamente mi primera visita a la farmacia. Me cuesta describir la
sensación de alivio que sentí cuando la farmacéutica puso la
cajita en mis manos. Entre las ojeras y mi pelo enmarañado, la pobre
mujer debió pensar que me faltaba un tornillo.
Esa noche
dormí ocho horas por primera vez en meses. Y lo que vi, fue
maravilloso.
¿Sabes
cuando te privan de algo tanto tiempo que te olvidas de cómo era?
Pues igual. Volver a soñar fue como estar meses sin comer tu dulce
favorito y un día volver a probarlo. Si tuviera que describirlo con
los cincos sentidos diría que sabía a estrellas. Olía a noche. Se
sentía como rocío cálido de verano. Se veía como un arcoíris en
un día nublado a través de un caleidoscopio. El sonido era como tu
canción favorita pero infinitamente mejor.
Tan hermoso
era lo que presenciaba por las noches, que cada vez tomaba más
pastillas para estar más tiempo ahí, en ese otro mundo. Cualquier
cosa que podáis imaginar está ahí, en el Reino de Morfeo.
Lo conocí
durante una de mis incursiones nocturnas en su gran palacio onírico,
que estaba hecho de las más blancas y finas arenas, constantemente
cayendo y subiendo; cambiando su aspecto con las horas
El dios me
sorprendió intentando cabalgar a Fenrir, el gran lobo, que no dejaba
de perseguirme con la mirada.
Su primera
reacción fue tocarme. Sus dedos estaban cargados de una energía
desconocida para mí, al tacto me dejó una sensación mágica y
placentera. Recuerdo girarme y recrearme en sus orbes, su luz me
recordaba a galaxias navegando en el basto espacio. En su pelo de
ébano habitaban hadas.
No le hizo
falta preguntarme, ya sabía mi nombre.
“Selene”
resonó en los pasillos vacíos. Su voz era suave, arrulladora; pero
a la vez era intensa.
Estaba
segura de que no podía estar soñando, mucho menos estar dormida. Y
para comprobarlo, acerqué sin miramientos mi mano hasta el rostro
perdido de Morfeo. La misma sensación de antes me recorrió, desde
las yemas de los dedos hasta las puntas de mis cabellos. Aunque para
entonces debería de estar más que asustada, en mi cuerpo reinaba
tranquilidad. Y una emoción de reencuentro.
A estas
alturas pensaréis que estoy loca. Yo también.
En los
últimos días, sabéis que faltaba a clase. Tomaba pastillas y
dormía, horas y horas, paseando por las arenas del tiempo con
Morfeo. Él me susurraba historias, leyendas y mitos sobre la
estrellas; decía que eran dioses profundamente dormidos.
Me guiaba por su mundo etéreo, por cada recoveco, hasta el punto que a pesar de ser interminable, yo lo conocía. Una noche me señaló un extraño agujero negro que había sobre los cielos de su castillo y me preguntó qué pensaba.
—Parece que falta algo —le dije.
—Sí, falta mi luna, que desapareció hace mucho tiempo.
El aullido de Fenrir se dejó oír, monstruoso; en ese momento desperté. Estuve todo el día ofuscada, inquieta. Quería seguir hablando con Morfeo, preguntarle qué había pasado. Quería tomar más pastillas y dormir, pero vosotros empezabais a sospechar y no podía permitir que me quitarais mi única manera de soñar. Al caer la noche, me metí corriendo en la cama, tragué una pastilla sin agua y cerré los ojos.
Me guiaba por su mundo etéreo, por cada recoveco, hasta el punto que a pesar de ser interminable, yo lo conocía. Una noche me señaló un extraño agujero negro que había sobre los cielos de su castillo y me preguntó qué pensaba.
—Parece que falta algo —le dije.
—Sí, falta mi luna, que desapareció hace mucho tiempo.
El aullido de Fenrir se dejó oír, monstruoso; en ese momento desperté. Estuve todo el día ofuscada, inquieta. Quería seguir hablando con Morfeo, preguntarle qué había pasado. Quería tomar más pastillas y dormir, pero vosotros empezabais a sospechar y no podía permitir que me quitarais mi única manera de soñar. Al caer la noche, me metí corriendo en la cama, tragué una pastilla sin agua y cerré los ojos.
Al abrirlos
estaba flotando sin rumbo, atravesando mundos y vigilada de cerca por
Fenrir, que corría detrás de mí dejando una estela de nubes
cósmicas.
Las fauces
del gran lobo se abrían y se cerraban intentando apresarme, pero no
podía sentir miedo entre los brazos de Morfeo. Él era mi guardián.
—Tengo que
regresar, ¿verdad? —le pregunté.
—Ya estás
aquí.
—Siento
haberme ido tanto tiempo —lágrimas como perlas acariciaron mis
mejillas.
—No
importa Selene —me susurró. Sus besos sabían a lluvia y miel—.
No vuelvas a abandonarme.
Nos quedamos
así hasta que vino mamá a despertarme. Sabía lo que tenía que
hacer, pero temía que vosotros no lo entendierais si intentaba
explicarlo. No es fácil decirle a un padre que te vas y que no vas a
volver.
Os escribo
esta carta, pero no siento tristeza ni dolor. Estoy feliz, porque por
fin puedo volver. Soñar para siempre, acompañada de Morfeo como su
Luna, en el Reino del que caí cuando desperté de mi sueño
inmortal.
Me he
tomado todas las pastillas que quedaban y empiezo a notar sus
efectos. Siento como si alguien estuviera apagando todos los
interruptores de mi cuerpo, pero no siento miedo alguno. Morfeo me
espera, llamándome a ocupar mi lugar.
Hasta
siempre mamá y papá. Os visitaré en sueños. Os querré
eternamente,
Selene,
la luna perdida.
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martes, 3 de marzo de 2015
La musa
Valerié
refunfuñaba. El sonido del desgarro de las hojas y las bolas de
papel que la rodeaban, denotaba el escenario perfecto de frustración
absoluta. Su regazo, sus pies y el suelo estaban llenos de migas de
goma de borrar. Junto a su muslo izquierdo, un estuche morado que
había visto mejores días. Entre los largos y finos dedos de Val,
podía verse un lápiz número dos. El rostro de la joven se perdía
tras la cascada de cabello castaño y ondulado; el sol otoñal
devolvía reflejos rubios cada vez que movía la cabeza en
desaprobación. Unas olas se dibujaban en su frente cada vez que
borraba; y sus ojos miel se inundaban de tristeza siempre que volvía
la mirada al cielo despejado.
La
joven estaba estresada. Faltaban pocas semanas para entregar su obra
final para la muestra de su universidad y todavía no había sido
capaz de crear un boceto. Nada le parecía adecuado. Nada le parecía
lo suficientemente perfecto.
Los
minutos pasaban y Val seguía ahí, hoja en blanco, lápiz estático.
Infinidad de personas yendo y viniendo delante de ella, algunas
deteniéndose delante de la fuente para arrojar monedas.
Nada
parecía inspirarla en lo más mínimo ese día. Y eso que era su
lugar favorito para crear, para imaginar escenas que después
plasmaba con amor y mimo; retratos que sus profesores alababan y
agradecían con notas excelentes.
Suspiró y dejó sus utensilios a un lado. Con ambas manos se revolvió el pelo, en un vago intento de quitarse la negatividad de encima. De no haberle importado molestar a los transeúntes y a las personas que merendaban los bares cercanos, hubiese gritado.
Suspiró y dejó sus utensilios a un lado. Con ambas manos se revolvió el pelo, en un vago intento de quitarse la negatividad de encima. De no haberle importado molestar a los transeúntes y a las personas que merendaban los bares cercanos, hubiese gritado.
Hundida
como estaba en su malhumor, no vio llegar a aquella mujer, pero sí
la oyó. Un traqueteo de tacones llenó la plaza y llegó a los oídos
de Valerié, que levantó la cabeza para justo ver a una mujer
acercarse peligrosamente al borde de la fuente.
Por
la manera en la que se dejó caer al lado, Val casi hubiese jurado
que la misteriosa señorita se había caído. Cuando enfocó su
mirada mejor en la figura revoltosa, notó que buscaba frenética
algo en su bolso.
«¿Qué le pasa a esta mujer? ¿Estará loca?» pensó, interesada como estaba en la actitud extraña de su nuevo pasatiempo.
«¿Qué le pasa a esta mujer? ¿Estará loca?» pensó, interesada como estaba en la actitud extraña de su nuevo pasatiempo.
Finalmente,
del bolso de marca marrón oscuro, sacó un monedero. La mujer lo
abrió y dada su reacción, Val dedujo que estaría vacío.
«No
te tocan deseos hoy, querida» le dijo Val mentalmente a la
desconocida.
Volvió
a recoger sus cosas y dibujó un puñado de monedas cayendo de una
mano decrépita, debajo miles y miles de personas matándose entre
ellas por coger esos pequeños tesoros. Le gustó el resultado, pero
no lo suficiente como para convertirlo en su obra maestra.
Con
la tontería, la mujer la había inspirado un poco. Se decidió que
volvería a echarle un ojo, quién sabe, quizá esta vez la inspirase
para sacar un aprobado.
Pero
no la veía. Junto a la fuente solo habían un par de niños
intentando coger las monedas que otros habían encomendado a hacer
realidad sueños imposibles. Resopló. La buscó en las mesas del
bar, junto a la farmacia, al lado de la caseta o en las
escaleras.
Nada.
¿Dónde se había metido? No podía estar muy lejos.
Nada.
¿Dónde se había metido? No podía estar muy lejos.
Justo
cuando iba a ponerse en pie, una sombra se cernió sobre ella. Era la
desconocida.
Al estar tan cerca de ella, pudo notar detalles que a la distancia no había podido distinguir.
Al estar tan cerca de ella, pudo notar detalles que a la distancia no había podido distinguir.
En
su rostro había una pequeña sonrisa, rota y triste, decorada con un
lunar coqueto. Sus ojos estaban acuosos y el maquillaje negro se
deslizaba por sus mejillas sin gracia alguna; sin embargo, sus
grandes ojos grises parecían hipnóticos, como las estrellas en la
noche.
La
mujer le habló, pero estaba tan absorta por sus facciones que tuvo
que apartar la vista momentáneamente para poder
concentrarse.
—Disculpe, ¿podría repetir por favor? —pidió Val, enfocando sus ojos a la nariz de la mujer, que parecía ser el único punto que no volvía loca a su imaginación.
—Quería saber si tienes cambio de veinte, si no te importa. —le enseñó el billete, a la vez que con la otra mano se limpiaba disimuladamente una lágrima que caía maleducada por la comisura de su ojo.
—Disculpe, ¿podría repetir por favor? —pidió Val, enfocando sus ojos a la nariz de la mujer, que parecía ser el único punto que no volvía loca a su imaginación.
—Quería saber si tienes cambio de veinte, si no te importa. —le enseñó el billete, a la vez que con la otra mano se limpiaba disimuladamente una lágrima que caía maleducada por la comisura de su ojo.
—Es
posible, déjeme ver —buscó su cartera y vio el contenido, tenía
varios billetes de diez y de cinco—, ¿lo quiere en billetes de
diez, de cinco o uno de diez y dos de cinco?
—No,
yo preferiría monedas, si puedes —parecía apenada. Posiblemente
porque ella misma pensaría que su pedido era una soberana estupidez.
Val
la miró fijamente, entre sorprendida y hechizada.
—Miraré,
suelo tener el monedero hasta arriba, pero no sé si llegará a
veinte.
—No
te preocupes, lo que contenga me será suficiente. —parecía más
que decidida.
—¿Segura?
No creo ni que llegue a algo más de diez y me daría mucha pena
que...
—En
serio, no pasa nada. Solo quiero muchas monedas. —entregó el
billete a Val y juntó sus dos manos ahuecándolas, esperando que la
joven le pasara los tesoros que tanto ansiaba.
Valerié
estaba estupefacta. No se detuvo a contar las monedas, simplemente
vació el contenido de su monedero, en todo momento su vista clavada
en la desconocida. Sus ojos refulgían con una intensidad sobrehumana.
—Eres
muy amable, muchas gracias señorita. —sin esperar respuesta,
corrió hasta la fuente.
En
ese mismo momento, Val levantaba sus hojas y su lápiz y esperaba
inmersa en un sopor creativo lo próximo que aquella mujer fuese a
hacer.
La musa estuvo unos segundos con las monedas pegadas a su pecho, entonando alguna plegaria milagrosa, llamando a cualquier deidad que pudiera cumplir los deseos de un corazón marchito.
La musa estuvo unos segundos con las monedas pegadas a su pecho, entonando alguna plegaria milagrosa, llamando a cualquier deidad que pudiera cumplir los deseos de un corazón marchito.
Y
lanzó todas las monedas, en un abrir y cerrar de ojos, éstas
volaron y giraron en los aires, brillando como diminutos diamantes,
hasta que cayeron al agua.
La
mujer se sentó, cansada después de aquel ritual, en el borde de la
fuente y esperó, como si su cántico fuese a ser respondido de un
momento a otro. Valerié la dibujaba, poseída por una ferviente ola
de creatividad que nunca antes había experimentado.
Una
melodía sonó queda, y la musa sacó un móvil de su bolsillo.
Observó la pantalla durante un rato, moviendo el pulgar por la
pantalla. Val aguantaba la respiración.
Entonces
la mujer se echó a llorar. Espasmos cruzando su cuerpo frágil. Al
tener la cara tapada por las manos, Valerié no podía descifrar si
eran sollozos de tristeza o alegría, pero no le importaba.
Aquello
era lo que había estado esperando durante tanto tiempo.
A
su musa.
Los
trazos en el papel iban y venían, retratando aquella escena que
valdría para matrícula.
La
mujer lloraba y Valerié pintaba.
Para
siempre retratado, el momento más importante de la vida de ambas.
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domingo, 18 de enero de 2015
Un dilema para los filósofos
Me
pasa últimamente que me cuesta discernir lo que es verdad y lo
que no. El otro día me pregunté seriamente si un recuerdo
era un recuerdo de verdad o era el recuerdo de un sueño.
¿Cómo se supone que lo puedo saber con seguridad? ¿Cómo puedes saber que un sueño es un sueño y no un recuerdo?
¿Cómo se supone que lo puedo saber con seguridad? ¿Cómo puedes saber que un sueño es un sueño y no un recuerdo?
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DeliriumDrake,
Locura
Quiero convertirme en escritora y poder publicar mis libros. Es mi sueño y estoy trabajando para cumplirlo.
lunes, 29 de diciembre de 2014
Apoteosis
Qué es lo que tiene la sangre que la convierte en algo tan hipnótico de ver.
El brillo. Su color intenso. El placer de sentir la calidez de su tacto con la piel.
Un torrente de vida que se escapa cada vez que una herida se abre.
Los ríos caen.
La muerte acecha.
El frío llena lo que el Sol abandona.
De la tierra flota, un fuego que no quema.
Las flores crecen, abundan.
De la caída, surge una esperanza.
En la oscuridad, luz.
En la luz, oscuridad.
Nada hay más hermoso, que un equilibrio perfecto.
El brillo. Su color intenso. El placer de sentir la calidez de su tacto con la piel.
Un torrente de vida que se escapa cada vez que una herida se abre.
Los ríos caen.
La muerte acecha.
El frío llena lo que el Sol abandona.
De la tierra flota, un fuego que no quema.
Las flores crecen, abundan.
De la caída, surge una esperanza.
En la oscuridad, luz.
En la luz, oscuridad.
Nada hay más hermoso, que un equilibrio perfecto.
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martes, 23 de diciembre de 2014
Oh Muerte
Lo
primero que vio fue el ataúd de roble abierto, en medio que aquella
sala de mármol blanco. Una procesión de personas, todas de negro,
lo rodeaban. Llorando. Rezando. Colocando rosarios o estampillas de
santos. Tocando al muerto como si él todavía pudiese sentir esas
caricias. O si acaso, que ellas pudiesen traerlo de vuelta.
Carlos
miraba todo estupefacto. Las imágenes le parecían surrealistas.
Se acercó al féretro y el interior le devolvió la misma imagen que un espejo.
¿Cuándo se había muerto?
—¿Es esto una broma? —su mejor amigo pasó por su lado, el rostro crispado por el dolor y la angustia—. Pablo, ¿qué está ocurriendo?
Intentó tocarlo, pero entonces la mano de Carlos simplemente atravesó el cuerpo de su amigo, como si fuera mantequilla.
«No puede ser... Esto tiene que ser una pesadilla»
Se acercó al féretro y el interior le devolvió la misma imagen que un espejo.
¿Cuándo se había muerto?
—¿Es esto una broma? —su mejor amigo pasó por su lado, el rostro crispado por el dolor y la angustia—. Pablo, ¿qué está ocurriendo?
Intentó tocarlo, pero entonces la mano de Carlos simplemente atravesó el cuerpo de su amigo, como si fuera mantequilla.
«No puede ser... Esto tiene que ser una pesadilla»
Entonces
algo lo obligó a girarse. No fue un sonido, ni una visión, ni un
olor. Simplemente sintió que debía hacerlo. La figura de una mujer
trajeada de negro y blanco apareció delante de él. Era hermosa a la
vez que tétrica. Era alta y a la vez baja. Estaba raquítica a la
vez que obesa. Tenía hermosos cabellos color ébano, que al mismo
tiempo eran plateados y fantasmales.
Una media sonrisa estaba pintada en su rostro, y su mano cadavérica se alzaba hacia Carlos, invitándolo a asirla.
Una media sonrisa estaba pintada en su rostro, y su mano cadavérica se alzaba hacia Carlos, invitándolo a asirla.
—No,
no. Por favor. Todavía no es mi momento —balbuceó el joven
empresario.
—Sí, ya es la hora —respondió. Su voz era intensa y penetrante. Carlos se preguntó durante breves segundos si habría movido los labios o simplemente había hablado en su cabeza.
—Sí, ya es la hora —respondió. Su voz era intensa y penetrante. Carlos se preguntó durante breves segundos si habría movido los labios o simplemente había hablado en su cabeza.
—No
lo entiendes, soy demasiado joven. Estoy a punto de cerrar el
contrato más importante de mi vida. Debo viajar. Tengo que asistir a
reuniones... No, no puedo irme. No sabes nada.
La sonrisa no se borró del rostro de la mujer. Parecía acostumbrada ya a esos berrinches. Se acercó a Carlos y posó la mano en su hombro. Cuánto le gustaba el tacto de las almas frescas. La sensación la excitaba.
—¿Y qué puedes hacer al respecto? Nada puedes cambiar. El destino no está en tus manos, sino en las mías. Acéptame y déjame llevarte.
—Te ofreceré lo que quieras. Tengo mucho dinero, oro, joyas, diamantes, propiedades, ¡lo que desees es tuyo! —Carlos se arrodilló delante de ella. Sus manos entrelazadas en una plegaria que ningún dios podía oír.
La sonrisa no se borró del rostro de la mujer. Parecía acostumbrada ya a esos berrinches. Se acercó a Carlos y posó la mano en su hombro. Cuánto le gustaba el tacto de las almas frescas. La sensación la excitaba.
—¿Y qué puedes hacer al respecto? Nada puedes cambiar. El destino no está en tus manos, sino en las mías. Acéptame y déjame llevarte.
—Te ofreceré lo que quieras. Tengo mucho dinero, oro, joyas, diamantes, propiedades, ¡lo que desees es tuyo! —Carlos se arrodilló delante de ella. Sus manos entrelazadas en una plegaria que ningún dios podía oír.
Muerte
sonrió.
«Estos
humanos, se creen que pueden comprarlo todo. Qué incautos»
Acercó
sus labios torcidos al rostro de Carlos. Su mirada era fría y
oscura. No parecía tener límite, pues miraba a los rincones más
oscuros y pecaminosos.
—No
hay nada en todo el universo que pueda satisfacerme más que tu alma.
La Muerte ya está aquí. Es tu fin —agarró con delicadeza las
manos de Carlos y lo levantó del suelo.
El
joven soltó un gemido de derrota.
—Tengo miedo, no me dejes solo, por favor.
—Tengo miedo, no me dejes solo, por favor.
Muerte
siguió enseñando su sonrisa torcida.
—Nunca
más estarás solo. De ahora en adelante, estarás para siempre
conmigo —con ternura posó sus labios en los de Carlos.
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DeliriumDrake
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lunes, 22 de diciembre de 2014
El lamento de un extraño
El
viento te trae su nombre, susurrado con ternura. Y como siempre, hay
melancolía envuelta en las letras.
Te
dejas abrazar por la amargura del recuerdo, de la pérdida. A pesar
de que nunca has llorado antes, una lágrima escapa y besa tu
mejilla; cae en la tierra húmeda por la sangre de aquellos que
dieron sus vidas en una guerra contra dioses, que dejó al mundo
sumido en muerte, caos y dolor.
Levantas
la vista del suelo y observas el campo de batalla, miles de cuerpos
descomponiéndose entre los brazos de aquellos que todavía no
quieren aceptar el destino, y llenan el silencio de la muerte con
sollozos rotos.
Tus
ojos se clavan en un hombre, que acuna los restos de una mujer
embarazada. Una de sus manos acaricia el vientre abultado, ríos de
sangre y carne donde debería de estar el fruto de su amor.
Verlo
no hace más que aumentar la angustia de tu propio corazón. Te tapas
el rostro con ambas manos, sintiéndote aún más solo y desesperado.
Quisieras gritar y maldecir al mundo por haber concebido la crueldad
en forma divina.
El sonido de las teclas de un piano te llega, notas tristes de un pasado que alguna vez fue hermoso y prometedor. Los dedos se mueven ágiles, tocando aquella pieza que tanto llenaba tu alma. Las pausas, los suspiros, los tonos graves y agudos, mezclados con la agonía de los hombres que todavía siguen vivos.
El sonido de las teclas de un piano te llega, notas tristes de un pasado que alguna vez fue hermoso y prometedor. Los dedos se mueven ágiles, tocando aquella pieza que tanto llenaba tu alma. Las pausas, los suspiros, los tonos graves y agudos, mezclados con la agonía de los hombres que todavía siguen vivos.
Te
preguntas una y otra vez porqué tuviste la desgracia de sobrevivir;
porqué no tuviste la suerte de irte en paz con las personas que
querías.
El
cielo encapotado advierte la lluvia inminente. Relámpagos centellean
como fuego fatuo, truenos retumban como tambores llamando a las
armas.
Pronto,
las gotas empiezan a repiquetear. Te gusta pensar que lloran a los
caídos. Que lamentan la corrupción de los dioses. Piensas que toda
esa agua purifica y limpia la putrefacción.
Oyes
a lo lejos el rugir de los dragones moribundos, los llorosos cánticos
de las sirenas.
Vuelves
a pensar en tus amigos, en tus familiares. Ves el rostro del amor de
tu vida sonreírte, mientras sigue tocando las teclas del
piano.
Todos se han ido al etéreo, sus almas eternas.
Todos se han ido al etéreo, sus almas eternas.
Pero
tú estás solo.
Las
gotas de lluvia se mezclan con las lágrimas, que ya no eres capaz de
contener.
Lo has perdido todo.
Lo has perdido todo.
Ya
no queda nada en este mundo para ti, lo sabes. No hay un hogar al que
volver. No hay amigo con el que beber y fumar, mientras se cuentan
historias de viajes mágicos. No hay padre a quién pedir consejo,
madre a la que alabar por una buena comida, ni hermanos a los que
visitar.
No
está el amor, que murió besado por el fuego.
Bajas
la mano hasta tu cintura y sacas de la funda de cuero, la daga con la
que tantas vidas arrebataste en un pasado.
«Me he sumergido en este vacío del que no puedo escapar. Me he rendido.»
«Me he sumergido en este vacío del que no puedo escapar. Me he rendido.»
El
brillo del metal vuelve más tentador tu deseo.
La
música sigue sonando, los tambores retumban en tu pecho y la sombra
de la muerte se cierne sobre ti.
Sientes un frío penetrante allí donde te has clavado el acero. Duele, pero no puedes evitar esbozar una sonrisa.
La imagen de tu amor te asola en tus últimos momentos.
Sientes un frío penetrante allí donde te has clavado el acero. Duele, pero no puedes evitar esbozar una sonrisa.
La imagen de tu amor te asola en tus últimos momentos.
No
hay visión más dulce.
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martes, 9 de diciembre de 2014
Esta soy yo.
El trío me mira desde la
fina rama del árbol.
Sus cuerpos forman una
figura negra, aterradora e imponente que me obliga a observarlos de
vez en cuando, segura de que no se mueven del lugar. No se puede
confiar en estas criaturas.
Ellos estiran sus alas de
ébano, abriendo y cerrando sus picos de oro.
Sus ojos rojos examinan mi
alma torcida.
Quisiera pensar que me
hablan, contándome los secretos del mundo.
—Juntos, somos
hermosos —graznan.
Pero, ¿qué pueden decir
los cuervos salvo mentiras?
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